Una de las mejores virtudes que debe tener un abogado en el desempeño de su función, con cada cliente , en cada intervención profesional, en todos los ámbitos de su función ha de ser la defensa de los legítimos intereses que le son encomendados por su cliente. En efecto, cualquier ciudadano debe ser defendido con total y absoluta independencia, sin mayor obligación que el respeto a toda Ley, y a los deberes que le vinculan del ordenamiento jurídico y en particular del código deontológico, pero debe hacerlo sin sujeción mayor ni a cualquier tipo de poder, ni así tampoco a la opinión pública, se trata de una verdadera independencia, palabra hoy más que nunca usada con ciertas vinculaciones de cualquier índole , que en el desempeño de su función que le ha  sido encomendada, se puede tratar de una pérdida al fin y al cabo de los derechos particulares del cliente. Ello es así porque cuando cualquier ciudadano, con total independencia de su raza, religión, ideología política etc. etc. debe ser asesorado y defendido en el contexto del problema concreto que le rodea, y que le ha llevado a la necesidad de su defensa, siendo éste el eje central de la tarea del abogado, lo que en la sociedad en la que vivimos muchas veces choca con otros intereses u opiniones, que  deben quedar al margen porque sólo harán que enturbiar la tarea de la defensa. Así la verdadera independencia de la defensa podrá desplegarse con eficacia y con la exigencia debida, a la que el abogado se debe en particular. Planteamiento que en cada caso concreto siempre será de interés y agrado del cliente que como persona física exige sencillamente porque cuando el ser humano tiene un problema, su mayor interés será el solventarlo o que la solución sea lo más parecido a su pretensión, reacción lógica , natural y humana, entendida sólo desde el planteamiento del comportamiento humano , ni que decir tiene que con respeto a la otra parte, pero reitero con total independencia.